Escultura y espacio público - II
Sigo con las esculturas que me han gustado, toca la cuarta. Os recuerdo que podéis sumaros al asunto, se trata de compartir esculturas que os gusten, que signifiquen algo, que sean importantes para vosotras, un poco en contraposición a la guerra, un poco absurda, un poco lógica, de derribar monumentos o símbolos en función se su significado. La verdad es que la polémica me parece muy interesante... ¿debe el espacio público reconsiderarse y únicamente rendir homenaje a quien en cada momento la mayoría crea que lo merece? ¿Hay que revisar los monumentos cada cierto tiempo? ¿En qué momento una estatua pierde su significado inicial y cómo adquiere otro con el paso del tiempo?
Me viene bien la reflexión para la "estatua" de hoy: El toro Farnesio. Es un grupo escultórico enorme, el mayor procedente de la antigüedad clásica, esculpido hacia el 130 a.C y que se encuentra actualmente en el museo arqueológico de Nápoles.
Es impresionante, enorme, lleno de movimiento, una obra que te puedes pasar mirando una hora, con toda tranquilidad y sin aburrirte. El tema es horroroso... dos hombres, Anfion y Zeto, atan por venganza a una mujer, la ninfa Dirce, a un toro que la arrastrará hasta matarla.
Esto, en el momento en que se esculpió se consideraba didáctico, educativo seguramente. Explicaba un momento de la mitología griega.
Después, el papa Pablo III que andaba buscando en 1546 esculturas antiguas para decorar su palacio, la encontró (él personalmente no, claro está) en las Termas de Caracalla, en Roma. Se restauró bajo las órdenes de Miguel Angel y se utilizó como fuente. Es decir, adquirió una función puramente decorativa, perdió su significado original y se convirtió en símbolo de riqueza, cultura y buen gusto.
Desde 1828 está en el museo, ahora ya como "obra de arte", carente por tanto de significado o utilidad, tal como entendemos ambas cosas hoy en día. Como obra que está en un museo, tiene nada más (y nada menos) que la misión de mostrar las capacidades artísticas de "la gente antigua", que al parecer deberían ser mucho más torpes que nosotros y sin embargo, eran capaces de esculpir algo tan impresionante en aquella época remota de humanos medio tontos y babeantes (ya se me ha ido la pinza... es que cuando algunos guías te cuentan las cosas, parece que además de haber nacido ayer tampoco se han molestado en informarse de cómo ha funcionado la humanidad en los últimos 20.000 años).
Es decir, en 2150 años, desde que se esculpió hasta esta mañana, la misma obra ha estado en diferentes sitios, ha tenido diferentes significados y usos y no ha habido necesidad de destruirla, a pesar de que, estoy completa y absolutamente segura, ha tenido que haber momentos en que se haya considerado intolerable o salvaje esta imagen de la tortura de una mujer a manos de dos hombres, utilizando a un animal asustado para llevarla a cabo... ¿verdad? (Sí, es ironía).
(En esta ocasión las fotos son mías)
La escultura número cinco es un poco rara, lo sé, sobre todo el título: Unidades-Yunta de Pablo Serrano. Recuerdo que de pequeña (antes de los 13 años, seguro) pensaba en lo que costaría acercar las dos mitades y en cómo quedaría una vez cerrada, si encajaría perfectamente o no, si el escultor había partido de una sola pieza que había cortado o las había hecho por separado. Pensar que no encajarían bien me llevaba a pensar en que un huevo roto no puede volver a cerrarse y en la diferencia con una manzana. Y en que al cortar una manzana, si no cortas también las semillas, a veces se quedan en un lado, dejando su hueco en el otro. El hueco que queda cuando separas algo que estaba unido. El todo, sus partes, sus huecos, sus bultos, lo brillante dentro, como el tesoro escondido.
Recuerdo ese tipo de pensamientos, las imágenes que los acompañaban: una manzana amarilla de las que nos ponían en el comedor cortada con uno de aquellos cuchillos romos e imposibles en un plato transparente de duralex a través del que se veía la formica imitación a madera de sapelli de la mesa. Lo cierto es que, aunque llevo mucho tiempo sin pasar por su lado, es de los monumentos que definen mi Madrid, el que recuerdo de toda la vida. Está en un sitio extraño, en el museo de escultura al aire libre de la Castellana, debajo del puente que cruza desde la calle Nuñez de Balboa a la plaza de Rubén Darío.
Hace años que no paseo por la zona, durante un tiempo trabajé muy cerca y pasaba regularmente por allí. Quizá sea el museo de escultura al aire libre más ruidoso que pueda haber, con todo el tráfico pasando por la Castellana... y desde luego, total y radicalmente opuesto al Valle de los Sueños, en Puebla de la Sierra (Madrid), del que hablaré otro día.
(Imágenes obtenidas de Internet).
Para la número seis, he optado por un monumento que me impresionó cuando estuve en Londres el año pasado. No lo conocía porque hacía más de 30 años que había estado allí y este monumento es de 2005. Un monumento a las mujeres en la II Guerra Mundial, de John W. Mills. Observadlo bien un momento antes de seguir leyendo, por favor, miradlo bien.
¿Ya? ¿Veis lo mismo que yo? Ropa. Uniformes para destacar la labor de las mujeres durante la guerra. Pero no hay mujeres, ninguna. Es un monumento a las mujeres sin mujeres. Me quedé pasmada mirándolo en medio de la calle, de verdad. ¿Os imagináis un monumento a los hombres en la guerra sin hombres, solo con los uniformes vacíos, con las armas apoyadas en la pared? De hecho, a poca distancia de allí hay otro monumento a los hombres, a los soldados que lucharon en la Batalla de Inglaterra, todo épica y drama... lo pongo también para que podáis comparar.
Por lo visto, la intención era reconocer las labores que llevaron a cabo las mujeres durante la guerra, los trabajos que asumieron entonces y que después, devolvieron a los hombres. Parece entonces que el monumento no está exactamente dedicado a las mujeres ¿no? ¡Vaya, qué curioso! Y ya. No voy a decir nada más. Que cada quien reflexione sobre cómo utilizamos el espacio público para rendir homenaje dentro de un esquema social y político determinado.
(En este caso, las fotos son mías).
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