Muchas veces nos habló Pierre de su padre, el negro triste. Pierre no era tan negro ni tan triste como su padre. Pierre era un mulato de paso, siempre de paso en todas partes porque su hogar estaba con su padre, el negro más triste del mundo y su padre ya no estaba en este mundo sino en algún lugar más allá de la choza en la que se había quedado solo el día en que Pierre se marchó, harto de tanta tristeza, tanta negritud y tantas cebollas. Pocas veces nos habló Pierre de su madre, la rubia alegre. Por eso Pierre no era negro, ni blanco, ni triste, ni alegre. Por eso Pierre no era nadie, mejor dicho, no se sentía nadie. Porque su madre ya no estaba en este mundo sino en algún lugar más allá de la torre Eiffel, que es donde conoció al negro más triste del mundo y decidió seguirle en su camino de vuelta a un valle africano que ella imaginó lleno de negros tristes con nombre francés. Y ella, que se llamaba Aisha, que no es nombre de francesa ni de rubia, que ni siquiera era r...