En seis o siete horas no se puede recuperar el tiempo que entonces guardé para otras cosas. Pero sí he dicho muchas palabras que callé y he escuchado confidencias que quizá entonces no quería oír, porque los pocos años son mucho más egoístas de lo que parecen y la tragedia propia, por pequeña que sea, siempre es más importante que la del otro. Y el otro, los otros, tienen una piel que por algún motivo sentí ajena o lejana y que hoy, en un milagro de café se ha hecho mía; piel ancha y cálida en la que nos hemos abrazado más allá del abrazo, las canas y esa arruga común que se ha estirado para acogernos tal como somos, éramos... porque éramos así ya entonces, hace 20 años, pero no lo sabíamos. Éramos pero no estábamos. Los caminos se hicieron divergentes, espirales, curvos para juntarse hoy en Malasaña y darnos la oportunidad de re-conocernos, abrirnos en canal y darle al pasado la dimensión de barro, que forma pero no conforma, porque nunca ninguno de los cuatro nos amoldamos... y aho