Ardiente Adonis
¿Cuántas
formas hay de matar? Infinitas, diría alguien sin pensarlo mucho… y
algún cursi añadiría “tantas como formas de amar”. Acabo de recibir un
correo de esos que traen pegadas con almíbar fotografías de puestas de
sol, gatitos y ramos de rosas. ¿Tengo o no tengo motivos de sobra para
matar? Bueno, pues no, no se trataba de matar al remitente del correo
aunque también se lo merezca ni tampoco de matar a cualquiera, no:
necesitaba matar a alguien concreto, no soy una psicópata, ni una
sociópata ni ninguna otra cosa terminada en “ópata”. Se trataba de
“Defensa Propia”, un concepto que a todos nos resulta familiar (de
hecho, mi madre tiene una tía que se llama así).
Teniendo ya
el móvil, tocaba planear el crimen… lo que viene siendo “la
premeditación”, que a pesar de ser absolutamente necesaria resulta que
es un agravante. ¿Es que pretenden que una mate así, a lo loco, sin
planificar ni nada? Eso sí debería ser agravante: matar de cualquier
manera y sin pensarlo. Pero es que en esta sociedad parece que se premia
la chapuza y si una decide cometer un crimen será mejor que lo haga a
plena luz del día, improvisando y dejándose coger para evitar los
famosos agravantes: nocturnidad, premeditación y alevosía. ¡No me jodas!
Además,
había que elegir el arma. A mi las armas de fuego siempre me han
provocado terror, es algo entre enfermizo y ridículo. Cuando veo a un
policía armado, por ejemplo, se me quedan los ojos enganchados en el
arma (la de fuego) y se me pone la piel de gallina. No importa la
distancia a que esté ni lo que ocurra a mi alrededor: los ojos se pegan
al arma y tengo la sensación de necesitar vigilarle, por si acaso. Se ha
dado la circunstancia de que el policía se moviera, cosa que suelen
hacer con alguna frecuencia, y yo ahí, girando para controlar el arma
aunque fuera por el rabillo del ojo hasta dar la espalda por completo a
la persona con la que estaba hablando. Nunca se lo he contado a mi
psicólogo, bastante tiene con lo suyo…
Bien, tenía
un motivo importante, tenía claro que debía aplicarme con los agravantes
porque sin ellos el desastre estaba asegurado y logré acceso a un arma
quizá poco usual pero teóricamente efectiva.
La víctima,
que al tratarse de un caso de Defensa Propia debería llamarse de otra
manera para no confundir… la víctima, digo, Ardiente Adonis, me envió un
mensaje para citarme a una hora determinada en un lugar determinado. No
desvelo todos los detalles para no traicionarme. Por tratarse de una
cita a ciegas, convinimos en llevar ambos una camiseta roja, pero como
eso no iba a ser suficiente para reconocernos en un día de partido de la
selección nacional, convinimos también en portar un paraguas verde, un
delantal rosa con flores azules y unas botas de charol amarillas.
Casualmente ambos contábamos con esas prendas en nuestros respectivos
guardarropas.
Fijamos la cita en un bar concurridísimo del centro, porque en uno con poco público podríamos haber llamado la atención.
Ardiente
Adonis resultó ser menos Adonis que Ardiente, aunque eso ya lo
sospechaba. Como puede adivinarse por mi forma de redactar, soy una
persona bastante leída y con una cultura amplia, así que las referencias
a la mitología me pierden, pero no fue su nombre lo que me llevó a él,
sino la casualidad.
Soy librera,
tengo una pequeña librería-papelería en un barrio de Madrid y paso
horas allí sola, esperando que alguien necesite una cartulina blanca o
un lápiz HB. Internet es un lugar maravilloso para encontrar almas
afines, que dicen los cursis, y los foros temáticos son como las plazas
de los pueblos: lugar de cotilleo, ligue e intercambio de insultos. Fue
en el foro de Libreras Liberadas donde supe de la existencia de ese tal
Ardiente Adonis, que ni es librera ni liberada, sino un representante de
papelería con una libido del tamaño de Australia.
El tipo
chateaba, participaba en los foros, opinaba, intervenía, pero siempre lo
hacía dejando bien clara su triste situación conyugal, su necesidad de
encontrar al amor verdadero, sus puros sentimientos y su desgraciada
suerte. Nosotras le consolábamos y aconsejábamos, insultábamos a su
pérfida esposa y competíamos por sus atenciones.
Yo,
personalmente, estaba segura de ser su preferida, tal como él me hacía
entender en sus correos privados, en los que me agradecía el apoyo y me
calificaba de “ángel de bondad” y “brillante luz que alumbra mi camino”.
Sí, lo sé, es un poco cursi pero yo también necesito esas cosas, de vez
en cuando.
¿Cómo se convirtió Ardiente Adonis en una amenaza que me hiciera recurrir a la Defensa Propia? Por casualidad, ya lo he dicho.
En los foros
a la gente le gusta organizar quedadas. Yo no soy muy amiga de esas
cosas, prefiero crearme una imagen ideal de las personas antes que
comprobar lo estúpidas que son personalmente. Pero tanto insistieron que
acabé cediendo y acudí a la quinta cena de Libreras Liberadas en un
mesón de un pueblo de la sierra. Comimos como escritores, como si
llevásemos un año de ayuno. Bebimos como poetas. Y entre unas cosas y
otras, alguien pronunció el nombre de Ardiente Adonis. Se hizo el
silencio y todas se volvieron a mirar a la que imprudentemente había
introducido en la conversación al objeto de la discordia, que
casualmente era yo. Por lo visto había un acuerdo tácito y un poco
idiota para no hablar de él en las quedadas… pero era mi primera vez y
no se me había informado. ¿Qué culpa tengo yo de que las Libreras
Liberadas tengan la misma madurez que un grupo de adolescentes?
La bronca
fue de espanto. Al parecer, todas creíamos ser la favorita y cada una
aireaba sus mensajes privados para demostrarlo. De la correspondencia,
que resultó ser calcada para todas, pasaron a desvelar sus citas, hasta
aquel momento secretas por voluntad del interesado. Y resultó que el
desgraciado Ardiente Adonis aprovechaba todas las visitas comerciales a
las librerías para colocar a las propietarias lotes inútiles de
bolígrafos verdes y ya de paso consolar su alma herida… Tenía un
calendario estudiadísimo, de manera que no pasaban dos días sin que
nuestro desdichado viajante hallase consuelo entre las sábanas de algún
“ángel de bondad”.
Por aquello
de la competitividad, ese rasgo humano que nos conduce a tratar de hacer
el imbécil mejor que el vecino, mentí a mis compañeras de foro y
profesión e inventé encuentros con el vendedor de la discordia. Me
sentía ultrajada. ¿Por qué yo, que creía ser su favorita, no había
recibido aún la visita de aquel Adonis en mi librería? ¿Por qué tenía
que continuar conformándome con mensajes privados cuando todas las demás
gozaban de un trato diferente?
Hay
borracheras que acaban en llorona y aquella nuestra terminó en un
sollozo épico y pasamos de la descripción detallada de noches
acrobáticas a desnudar nuestros sentimientos. Y resultó que el tal
Ardiente Adonis había prometido matrimonio a todas y cada una de sus
conquistas, asegurándoles que en cuanto su malvada esposa firmase el
divorcio, él dejaría el odiado domicilio conyugal para elegir junto a su
amada un nidito de amor a la medida de su pasión, que alcanzaba, así a
bulto, los 120 metros cuadrados. Echamos cuentas y convinimos que era
imposible que cumpliese su promesa con el sueldo de mierda que decía
ganar. ¿Veinte niditos de amor? Bueno, dieciocho, porque dos de las
afectadas todavía convivían con sus legítimos esposos… diecisiete si me
descontamos a mi, que como ya he dicho mentía por despecho.
¿Tengo o no
tengo razones para matarle? Si uno se fija bien en la historia verá que
no solo se trata de Defensa Propia sino también de Justicia, otro
término tremendamente familiar (de hecho, mi padre tiene una tía abuela
que se llama así). Y habrá quien pueda argumentar que lo mejor para
defenderme de Ardiente Adonis habría sido cortar todo contacto con él en
lugar de engatusarle para que me propusiese una cita. Pero chico, el
despecho es lo que tiene y una vez concertado el encuentro ya no podía
echarme atrás: parecería una mojigata y eso no es propio de una Librera
Liberada.
Volvemos
pues en el relato al bar concurridísimo del centro, los paraguas verdes,
los delantales rosas con flores azules y las botas de charol amarillas.
A los cinco
minutos de encontrarnos, Ardiente Adonis ya me había cogido la mano, a
los diez, intentaba besarme y a los quince me metía mano por debajo de a
mesa. Tenía laro que estaba en peligro así que no había motivo para
posponer el crimen. Pero a pesar de la terrible afluencia de público,
habíamos conseguido sin proponérnoslo llamar la atención de todo el
mundo, lo que estropeaba un poco mis planes de cargármelo allí mismo.
Por suerte, la premeditación da para mucho y la nocturnidad era cada vez
más densa, así que eché mano de toda mi alevosía y recurrí al plan B.
El plan B
era sencillo, rápido y eficaz. Utilizando la fórmula infalible para
sacar a un hombre de un bar, es decir, “¿Vamos a un sitio más cómodo?”,
salimos a la calle y conduje a mi babeante conquista a lo más oscuro de
un parque. Tenía localizado un pequeño claro rodeado de arbustos que,
una vez nos tumbásemos en el suelo nos ocultarían por completo. Tan
oscuro y oculto estaba el claro que ni siquiera nos veíamos bien, lo que
resultaba perfecto para mis aviesas intenciones (¡qué bonita palabra,
“aviesas”!). Sus intenciones no eran mucho más decentes que las mías, se
notó en que a los quince segundos de llegar al claro ya tenía los
pantalones en los tobillos y me levantaba la falda con idéntica pericia a
la de un elefante intentando hacer encaje de bolillos. Para disimular,
me dejé hacer.
Disimulé
durante un buen rato, para que negarlo, pero después de tres horas ya no
me quedaban más ganas de disimular, así que aproveché que Ardiente
Adonis dormitaba agotado para ejecutar mi plan. Saqué del bolso el
tirachinas y la caja de lápices afiladísimos. El primero le atravesó la
garganta justo por debajo de la nuez. Abrió los ojos y miró hacia
arriba, pero creo que no le dio tiempo a darse cuenta de lo que ocurría.
Los otros 11 lápices HB con goma le atravesaron metódicamente distintas
partes de su patética anatomía hasta dejarlo convertido en un objeto de
escritorio muy poco práctico.
Me fui del
parque tranquilamente, tiré los guantes de látex a la papelera de una
fábrica de patatas fritas, de esas que venden aceitunas y chucherías, y
el tirachinas al contenedor de residuos orgánicos que hay junto al
colegio y que cada noche está lleno de varitas de merluza, judías
verdes, plastilina y vómito infantil.
Ahora, en el
foro de Libreras Liberadas he abierto un hilo nuevo que se titula
“¿Alguien sabe dónde anda Ardiente Adonis?”. Ya han picado dos que dicen
haberle visto hoy y otra que asegura estar a punto de recibirle en
casa. ¡Qué prácticos son la competitividad y el despecho para crear
pistas falsas!
me paaaarto!!! ....genial :D
ResponderEliminarA.A.
Ardiente Antonio jajaja
Ja ja ja, no te veo en ese plan :)
EliminarBesos
Ostras...! Conozco yo a una librera... me andaré con mucho ojo...
ResponderEliminar-Pero si tú no eres ningún Adonis..! -Dijo la voz-
Uff.. Es cierto, ya me dejas mucho más tranquilo.
La historia me parece genial Mayte y en algunos momentos... hasta real.
1b7.
Historia, de alguna manera, conocida por la mayoría. Me ha encantado y me ha hecho reir, cosa que se agredece muchísimo en estos tiempos. El modus operandi y el arma del crimen (o armas) sencillamente geniales.
ResponderEliminarMayte ¡¡me ha encantado tu relato!!. Tan real en aquello de sentirse la superfavorita de Ardiente Adonis, por éso de que much@s se creen el ombligo del mundo, jajajaj.
ResponderEliminarMe ha encantado también el apodo de las libreras... "libreras liberadas" aquellas que "comimos como escritores y bebimos como poetas" una expresión genial.
La indumentaria para la cita es ideal para pasar desapercibidos en el concurrido bar del centro.
Podría citar un montón de expresiones más que me han fascinado, pero de todo, lo que realmente me ha fascinado más, es la sutil ironía en el trasfondo del relato.
Lo dicho ¡¡me encanta, me encanta, me superencata!!
Ah!! y no me digas que no soy objetiva.
Me ha traído aquí el consejo de Josep, y no me arrepiento: me ha gustado ese estilo de relatar a lo Alvaro de Laiglesia, Jardiel, Miura, Tono o Fernández Florez.
ResponderEliminarGracias por esta historia.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMayte: si ves que este comentario se repite, elimínalo con toda paz. Se ha borrado el anterior, justo cuando le daba a 'publicar' :(
ResponderEliminarMe ha traído aquí el consejo de Josep, y no me arrepiento lo más mínimo: este relato, escrito a lo Álvaro de Laiglesia, Tono, Mihura, Fernández Florez... es genial.
Gracias.
¡Mil gracias a todos! Me alegra haberos hecho pasar un buen rato, ese es el objetivo de compartir :)
ResponderEliminarTrataré de seguir estando a la altura... ¡menuda responsabilidad!
Un abrazo a todos y de nuevo gracias.