Junto a la Penélope de Bourdelle
- ¿Y dónde dices que está? – preguntó ella mirando el mapa.
- Muy cerca… mira, cruzamos el puente y a la izquierda… 37 Rue Bûcherie, eso es. ¿La ves en el plano?
- Vale. ¿Entramos aquí antes?
- ¿En Notre
Dame? ¿Para qué? Es una iglesia… – el gesto despectivo en la cara del
joven no dejaba lugar a dudas. Parecía que había pisado una mierda.
- Hombre, una “iglesia” es, pero no cualquier iglesia. Y además, sí quisiste que entráramos en Sacré-Coeur…
- No tiene
nada que ver. Ya has hecho la foto ¿no? Pues ya está. Hemos venido, la
hemos visto por fuera, a correr. No pienso pagar ni hacer cola para ver
esta iglesia.
- Vale,
vale… pero ya me dirás qué quieres ver, porque el Louvre te pareció un
timo y un ¿cómo lo llamaste?… abrevadero de ganado. “Tienen sed de
cultura pero beben en cualquier sitio”, dijiste.
- Pensé que estabas de acuerdo…
- No. Te
dije “El Louvre no es cualquier sitio” y entonces te enrollaste con la
ceguera del turista, el museo como destino obligado si no quieres pasar
por paleto, la Gioconda asediada y sobrevalorada… ¿sigo?
- Vale, vale… pero es que pensé que estabas de acuerdo.
- Pues no,
pero no me diste opción. Me llevaste a rastras a ver una docena de
cuadros, como mucho, y se acabó. Y prefiero no hablar de la torre
Eiffel…
- ¿Querías subir?
- Hombre, no
me voy a morir por no hacerlo, pero llevamos dos días en París y no
hemos hecho más que andar, mirar escaparates, beber coñac, comer sopa de
cebolla, tropezar con la gente que pasea junto al Sena y hacer fotos a
todo el que lleva boina o va en bicicleta…
- Cariño, no somos turistas, somos escritores – y la miró con un aire de superioridad que daba risa.
- Ya,
escritores… pues los escritores no solo disfrutan de los cafés de
Montmartre, también entran en los museos y se mezclan con la gente, no
se limitan a fotografiarla. ¿Sobre qué piensas escribir, sobre la gente
con boina de París? – preguntó ella enfadada.
- La vida real es fea, deberías saberlo.
- Las boinas
no son feas y en la vida real también están La Victoria de Samotracia,
que no me dejaste ver, Notre Dame, la torre Eiffel y las parejas que se
besan en los puentes de París, aunque a ti no te guste.
- Eso son
gilipolleces. La gente se deja llevar y hace lo que se supone que hay
que hacer. Nosotros no somos así, nosotros nos rebelamos y mostramos al
mundo lo que hay detrás de esa “belleza” de postal.
- Habla por ti. Si quieres esperarme, bien. Yo entro.
Él se quedó
parado mirando como la delgada espalda de ella se alejaba, tensa,
enfadada, en dirección a la entrada de la catedral. Se sentó en un banco
a esperar y sacó de la mochila un libro. Abrió por la página marcada,
hacia el final del libro y fijó su mirada en un párrafo subrayado con
lápiz azul. “Atravesando en una fresca mañana el Puente de
Austerlitz, dejando atrás el Zoológico del Quai St. Bernard, donde un
antílope permanecía en medio del rocío matinal, pasando luego ante la
Sorbona, tuve mi primera visión de Notre Dame, extraña como un sueño
perdido.” Levantó los ojos hacia la catedral.
- Extraña como un sueño perdido, eso es.
Ella salió sonriente. No había tardado demasiado.
- Había misa, no se podía visitar, pero he visto un poco desde la entrada. Es preciosa.
- Extraña como un sueño perdido – dijo él, con tono afectado.
- Vaya, te ha venido a ver la musa – sonrío ella.
Él guardó el libro en la mochila y se puso en pié.
- Vamos.
- Oye, después de la librería podíamos ir al museo Bourdelle…
- Bueno, es posible.
- ¿Cómo que “es posible”? Me tienes harta. ¿Sabes quién fue Bourdelle, conoces su obra?
- No, la verdad. No será muy importante…
- ¡Oh, Dios! No soporto tu arrogancia. ¡Sí es importante! Para mi lo es y voy a ir al museo contigo o sin ti.
- Pero cariño, no te pongas así. Reconoce que ese “Burloquesea”…
- ¡Bourdelle!
- Lo que sea… reconoce que no es conocido. Nadie viene a París a ver su museo.
- Te juro
que no te entiendo. ¿No dices que no quieres hacer lo que hacen todos?
Pues esto no lo hacen todos, no está en el “circuito oficial”. Y además,
yo quiero verlo y con eso debería bastar.
- Vale, vale, no quiero discutir. Pero primero, vamos a la librería.
Cruzaron el
Petit Pont y enseguida llegaron a “Shakespeare and Company”. Entonces, a
la vista del brillante cartel amarillo y el escaparate de madera
pintada de verde cuajado de libros a él le cambió la cara.
- ¡Mira! Ahí está, tal como la imaginaba…
- Sí, está bien. Me gusta la fuente…
- ¡La fuente! No sabes lo que estás viendo ¿verdad?
- Voy a arriesgarme… ¿una librería? – contestó ella con un fingido aire inocente.
- ¡Bah, no merece la pena! Estás de mala leche, se nota. Pero no me vas a amargar el momento más importante del viaje.
- ¿Esta librería es el momento más importante del viaje?
- Somos
escritores, para ti debería serlo también. Este es el templo de los
jóvenes escritores en París, por aquí pasaron Ginsberg, Hemingway, Joyce
y Kerouac.
- ¡Acabáramos! Kerouac… ya lo entiendo.
- ¡Pues sí,
Kerouac! – y le brillaban los ojos. Sacó de la mochila el libro
subrayado, “El viajero solitario”, de Jack Kerouac y levantándolo sobre
su cabeza continuó entusiasmado – Kerouac pasó por aquí, recitó aquí sus
poemas. Estas paredes están llenas de él, estas paredes…
Ella miraba el libro, comprendiendo por fin.
© 2009 Mayte Sánchez Sempere
Estudio para Penélope. Antoine Bourdelle 1907
Versión en miniatura (60 cm)
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- Pero cielo, no puedes irte… – dijo él, incrédulo y dolido.
- Puedo. Y
tú puedes continuar tu viaje con él – y señaló el libro -. Es lo que
hemos hecho hasta ahora ¿verdad? “Huimos de las masas”, decías,
“inventamos nuestro camino”. ¡Y una mierda! Hemos estado siguiendo sus
pasos por París ¿a que sí? ¿Vino él también desde Avignon en tren? No
contestes, me jugaría el cuello y seguro que no lo perdería. ¡Se acabó!
No voy a ir a Londres contigo, con vosotros.
- Pero cariño, no es… no… bueno, sí, es verdad que… pero yo…
- ¡Por
favor! No hace falta que digas nada, está clarísimo. “Cariño, si quieres
ir a París, iremos a París. Por ti, lo que sea”. ¡Una mierda!
El joven
poeta entró en “Shakespeare and Company” mientras su espalda, delgada,
tensa, enfadada, desaparecía por la rue Saint-Jacques, camino al museo
Bourdelle donde una gigantesca Penélope la acompañaría en la espera.
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