Confesiones recuperadas
Sobre niños con altas capacidades
Este texto lo escribí hace un año. Me he dado cuenta de que publicar en facebook tiene un inconveniente: no hay manera de encontrar bien las cosas. Así que hoy he decidido ir trayendo aquí los textos que me gustaría que no se perdiesen.
Le he estado dando vueltas durante mucho tiempo y al final he decidido que puedo hablar de ello, aunque sé que muy posiblemente habrá quien me critique. Son cosas que nos han enseñado a callar, a disimular, porque no está bien visto decirlas en voz alta. Pero ya tengo muchos años y creo que quizá mi experiencia pueda ayudar a otras personas. Ahí voy: soy una mujer bastante inteligente. De hecho, creo que si me hubieran hecho pruebas de pequeña habría sido una de esas niñas con altas capacidades. Preguntadle a mi madre...
Recuerdo muchos momentos de mi infancia como momentos de angustia y estrés. Porque no sentía que encajase, nunca me identifiqué con las personas de mi edad: a los 5 o 6 años estaba convencida de que era una persona mayor y me gustaba hablar con adultos mucho más que con otros niños. Me molestaba que los mayores no me escuchasen como a uno más. Inventaba historias, las dibujaba y odiaba que me hiciesen participar en juegos colaborativos (bastante absurdos, a mi parecer) porque interrumpían mi línea de pensamiento, me molestaba muchísimo que no me dejasen pensar en mis cosas. Me encantaban los juegos de construcción, solitarios, porque mientras construía podía pensar en otras cosas, me gustaba hacer puzzles del revés y luego darles la vuelta a ver si había acertado con el dibujo. Y me costaba dormir, todavía me pasa, porque mi mente suele estar pensando en tres cosas al mismo tiempo a toda velocidad y no hay forma de pararla salvo por agotamiento. Necesito, necesitaba, crear, construir, darle forma a algo, pero al mismo tiempo me costaba muchísimo focalizar mi atención, tomar decisiones, centrarme en una sola cosa. Me gustaba quedarme con la mirada perdida en el infinito y a veces, para centrarme en uno solo de mis pensamientos necesitaba hablar sola, ponerle voz a uno para separarlo de los demás.
Recuerdo aburrirme mortalmente en el colegio, pasar horas sentada pensando en mil cosas al mismo tiempo y dibujando a escondidas, con un nudo en el estómago pensando en la hora del recreo, porque las materias las comprendía a la primera pero la forma de relacionarse de mis compañeros, no. Hubiera dado cualquier cosa por que lloviese todos los días para poder quedarme en los recreos leyendo o dibujando, porque no me gustaba correr ni saltar, me veía torpe y lenta y además, en el fondo, no me interesaba. Pero como todos, quería encajar y tenía la impresión de que no lo hacía, de que no les gustaba a los demás, de que no me entendían y no me querían. No sé qué pensaban ellos realmente ni que recuerdos tienen mis compañeros de clase, hablo de mi angustia de entonces, de mi miedo, de mi sentirme ajena y extraña porque por más que intentase adaptarme no me salía bien. Les escuchaba hablar, anotaba mentalmente sus temas de conversación e intentaba reproducirlos, pero no me gustaba el resultado y me frustraba, me sentía mucho más a gusto entre adultos. Tenía algunos amigos, claro, algunos otros niños y niñas con los que sí me sentía a gusto, pero tenía que ser en pequeñas dosis, de uno en uno. La presión del grupo me desestabilizaba, me daba ganas de llorar.
Sacaba muy buenas notas, es cierto, pero solo disfrutaba leyendo, dibujando, escribiendo y a veces, haciendo ejercicios de matemáticas. Me leí prácticamente toda la enciclopedia de casa a escondidas, ponía la excusa de que tenía que buscar algo para un trabajo y leía las entradas una detrás de otra, descubriendo el mundo con un asombro y un placer enormes. También me gustaba leer el diccionario, conocer palabras nuevas. Era feliz entre libros, lo sigo siendo.
¿Por qué cuento todo esto? Pues porque a veces me da la sensación de que no somos conscientes de lo que supone ser distinto y tratamos a los niños con altas capacidades como a monitos de feria, en plan "mira, mira lo que hace el niño, mira cómo habla, mira lo que sabe", a veces nos creemos que el "listo" nos está restregando lo que sabe, que está poniéndole pruebas al profesor, que se lo tiene creído, que es un prepotente y no nos damos cuenta de que para ellos muchas veces no es fácil encajar, que se pueden sentir muy solos y perdidos y con nuestra actitud podemos estar haciendo que se sientan peor. A estos niños hay que prestarles atención, hablarles, escucharles y por encima de todo, respetarles (como a cualquier otro niño, dicho sea de paso). Tenemos que quitarnos los prejuicios esos que nos hacen creer que los niños con altas capacidades son adultos en pequeño: puede que hablen como adultos, incluso que se sientan bien con ellos, pero siguen siendo niños.
Publicado originalmente el 22 de mayo de 2019
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