El negro más triste del mundo


Muchas veces nos habló Pierre de su padre, el negro triste.

Pierre no era tan negro ni tan triste como su padre. Pierre era un mulato de paso, siempre de paso en todas partes porque su hogar estaba con su padre, el negro más triste del mundo y su padre ya no estaba en este mundo sino en algún lugar más allá de la choza en la que se había quedado solo el día en que Pierre se marchó, harto de tanta tristeza, tanta negritud y tantas cebollas.

Pocas veces nos habló Pierre de su madre, la rubia alegre.

Por eso Pierre no era negro, ni blanco, ni triste, ni alegre. Por eso Pierre no era nadie, mejor dicho, no se sentía nadie. Porque su madre ya no estaba en este mundo sino en algún lugar más allá de la torre Eiffel, que es donde conoció al negro más triste del mundo y decidió seguirle en su camino de vuelta a un valle africano que ella imaginó lleno de negros tristes con nombre francés. Y ella, que se llamaba Aisha, que no es nombre de francesa ni de rubia, que ni siquiera era realmente rubia, se encontró de pronto frente a los acantilados de Bandiagara y supo, sin lugar a dudas, que la tristeza de su negro no era de este mundo.

Pierre, que no era nada ni nadie, en su propia opinión, pocas veces habló de su madre, quizá porque no la recordaba o quizá porque ella, tan rubia, tan alegre y tan muerta llevaba demasiado tiempo lejos de los dogón y sus cebollas. Supimos que se fue de aquel valle, que dejó allí a su negro triste y a su hijo, el pequeño que había nacido en el suelo de tierra y había llorado tan fuerte que el cielo se había cubierto de nubes. 

Supimos, mucho después, que Aisha había vivido en París recordando a su hijo y añorando a su negro y que nunca volvió a cocinar cebollas porque le sabían a tierra y mijo. Lo supimos por Charlotte, la menuda y pecosa morena que cerró los ojos de Pierre y besó su frente el día en que el hombre que no era ni blanco ni negro, ni alegre ni triste, se reunió con su padre más allá de la choza.

Pierre, que había dejado la choza y la tristeza y lo negro para ir a buscar la torre y la alegría y lo blanco, encontró en París un apartamento frío y vacío, demasiada lluvia y un olor a cebollas que no se sabía de dónde venía. Quiso volver al valle, pero ya no tenía padre al que volver.

Nunca supimos por qué Aisha dejó a su hijo, ni supimos el nombre del padre de Pierre. Ante el cuerpo frío y rígido, ni blanco ni negro, definitivamente muerto de Pierre, Charlotte, absolutamente embarazada, derramaba las lágrimas más tristes del mundo.
©Mayte Sánchez Sempere - 2013

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