Cesárea programada - XVI
No me asusta la arruga lateral, crecedera, que enmarca la sonrisa y la deja pintada; me asusta la necrosis escondida detrás de la experiencia, la muerte del tacto que se piensa a si mismo y se dice "ya sé" y no brinca ni tiembla. Temo a la mano artrítica que un día se aferra a una barandilla complaciente y grita "'¡Ya no! ¡Si el vértigo no existe, no merece la pena asomarse al vacío!" Me aterra la palabra pronunciada con la severidad de un epitafio, navegar por canales, las flores en maceta, los análisis clínicos y los hipermercados. Pero no, la arruga no me asusta, más de lo que me asustan la lluvia o el invierno.