24 horas en el paraíso

Acostumbrados como estamos a movernos entre personas sin sonrisa, cerradas en su propia concha, rodeadas de barreras protectoras, lo que hemos encontrado este sábado ha resultado no solo sorprendente sino muy, muy enriquecedor.

Teníamos que acercarnos a un pueblo de la conocida como "sierra pobre" de Madrid. Como nos movemos en transporte público fue necesario hacer encaje de bolillos para llegar al lugar de nuestra cita, habida cuenta de que solo hay un autobús por la mañana y otro por la tarde.

Poco después de salir de Buitrago de Lozoya con rumbo a Montejo de la Sierra pudimos comprobar que en Madrid hay paisajes hermosísimos que no se ven desde las carreteras, pueblos preciosos a los que todavía no ha llegado esa fiebre constructora de adosados.

En Montejo de la Sierra nos alojamos en El Hayedo, pequeño y acogedor, sin lujos, un hostal sencillo en que llegamos a sentirnos casi como en casa. Después de un paseo bajo una lluvia fina tanto por el pueblo como por algunos de sus campos, mojados y cansados pero inundados los ojos de belleza, tuvimos ocasión de disfrutar de una cena memorable. A primera hora de la mañana, un sencillo pero abundante desayuno nos cargó de energía para el resto del día.

Pero las sorpresas no habían hecho más que empezar. Cuando la noche anterior volvíamos al hostal yo me fijé en una pequeña pastelería en que anunciaban repostería y bollería caseras, así que antes de tomar el autobús quise pasar un momento a comprar alguna cosa para comer durante el día. La propietaria nos recibió con entusiasmo:

- ¡Qué madrugadores! Pues vamos a empezar con esto, para desayunar - y nos dió a probar un par de pedazos de bizcocho -. Y ahora viene el resto.

Comimos el bizcocho mirándonos divertidos mientras ella, desde una habitación interior no paraba de hablar y preguntarnos si nos gustaba el chocolate, la manzana, esto, aquello... Salió y nos pidió que levantáramos las manos... los pastelitos, envueltos en una servilleta, volaban por la pastelería hasta nuestras manos. Probamos un par de "cojonudas" y entonces preguntó:

- ¿Es pronto para el vino?
- Nunca es pronto para el vino -. contesté.
- Pues... ¡manos arriba! - y voló la bota.

Al final nos llevamos unos bollos preñados de matanza para comer, unas "cojonudas" de zanahoria y un par de sonrisas. Volveremos y tal como ella nos anticipó, lo haremos levantando las manos según entremos por la puerta.

Llegó la camioneta que nos iba a llevar a Puebla de la Sierra. Éramos los únicos pasajeros y el trayecto fue estupendo, pasando por La Hiruela a ver si había pasajeros aunque según nos informó el conductor, hace un año que no recoje allí a nadie, pero hay que hacer la ruta. La niebla nos hurtó algunas de las mejores vistas, pero no hizo el recorrido menos mágico.

En Puebla resolvimos en seguida el asunto que nos había llevado hasta allí. Temíamos pasar un mal día: no dejaba de llover aunque fuera suavemente y allí sólo hay un par de bares. El autobús que nos devolvería a Buitrago salía a las 6 y cuarto y no eran aún las 12. Pero las sorpresas continuaron. En el ayuntamiento nos recibieron con un afecto inusual en este Madrid, la concejala de cultura nos invitó a dejar los bártulos en su casa y nos prestó un paraguas. Nos proporcionaron mapas e información turística y nos dispusimos a recorrer el museo de escultura al aire libre, el Valle de los Sueños, ideado por Federico Eguía, que rodea el pueblo.

Pasamos el día rodeados de naturaleza en un paisaje mágico, en un pueblo con verdadero olor y sabor a campo, un pueblo que cuida su entorno y vive de manera sencilla y alegre. Si decidís conocer este lugar, olvidaos de lujos accesorios y no se os ocurra ir vestidos como para pasear por la Gran Vía: terminamos de barro hasta las cejas, pero ya íbamos preparados. Y si váis en coche, tendréis que dejarlo fuera del pueblo, dentro no cabe, no hay dónde aparcar. Tan aislados están que según nos comentaron el apagon analógico les pilló sin repetidor adaptado y estuvieron toda la Semana Santa sin televisión. Ahora han conseguido tres canales...

Por la tarde, después de una cervecita en uno de esos bares en que parece que no ha pasado el tiempo, acudimos a la oficina de turismo donde tuvimos una interesantísima charla con la encargada que nos informó de las actividades culturales que están impulsando en la zona. La vuelta a Buitrago fue de nuevo un recorrido fantástico tanto por el paisaje como por la conversación con el conductor.

Primer plano de un trillo. Puebla de la Sierra.

Volveremos, nos hemos enamorado de Puebla de Sierra, de Montejo, de sus paisajes, de sus gentes e incluso de todo lo que aún no conocemos. Hemos recargado pilas y aunque volver al ruido y las prisas se hace como mínimo antipático, el saber que dejamos allí un pedacito de corazón nos dibuja una sonrisa.

Comentarios

  1. oye que bien los pasasteis no? lástima que como siempre ande fatal de tiempo, pero ya me gustaría aunque fuese por mail, que tal fue o va la expo de fotos de ilki, un beso a los dos

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